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La Presencia de los Ancestros (Parte 4).EL ojo.



El Coo, es el ojo, según la artesana Judith Rain del sector de Chaiguao en Quellón.


El Coo, es un tipo de tejido de cestería y de telar.


El ícono que lo representa es un rombo.


En la actualidad la gente llama al rombo le llama “sopaipilla”, perdiendo su significado simbólico más profundo. (En Chiloé la sopaipilla es una masa de harina, levadura y agua, cortada en forma romboidal y puesta a freír),


El ojo ha simbolizado el medio para mostrar el alma humana o «am». Se encuentra asociado con la glándula pineal o tercer ojo.




Desde un punto de vista personal sumergido entre flores y rombos durante esta investigación, pienso que esta representación del ojo fue la más relevante para los williche, eso lo dice el hecho de que sean muy abundantes en la decoración de iglesias y textiles.


Los ojos están ubicados dentro de lugares sagrados de las iglesias, tallados o pintados en la bóveda celestial, pintados en los pilares que sostienen los arcos interiores y por supuesto en los altares.





Este símbolo, suele estar asociado a otro igual, como una serie de rombos encadenados, esto se debe a que en su conjunto forman una comunidad, donde cada ojo es equivalente a una persona o un alma humana.


Podemos encontrar la presencia del ojo en casi todas las culturas del mundo desde tiempos muy antiguos, enlazado a un significado trascendente en cuanto a la propia existencia humana: el alma, la inmortalidad, el poder interior.




Conclusión.

En toda actividad cotidiana para el Williche, estaban presentes sus pillanes o dioses, representados por Ojos y Estrellas. En sus juegos, en sus cantos, en sus ritos, en sus mitos, en su vestuario y esto continúo a la llegada de los españoles, evidenciándose especialmente a la hora de edificar templos sagrados.


Ellos pusieron elementos simbólicos en sus fajas, ponchos y frazadas de uso cotidiano, más tarde en iglesias de madera que perdurarían a los siglos, para que todos quienes somos parte de esta comunidad supiéramos que cuando abrimos nuestros ojos (coo), nuestra alma (am) participa de lo divino, que cuando nos miramos unos a otros, nos contemplamos, nos contenemos, sea de pie, en el centro de la tierra que es el kultrún, o como estrellas desde el wenumapu, que es la bóveda celestial.


Al concluir este recorrido, tengo la sensación de que solamente he abierto una puerta y mirado desde su umbral: hay un cosmos tramado de imágenes al otro lado, hay siglos de misterio en cada ícono que nos grita, en la voz del Coo, su secreto.


Espero que, con este modesto esfuerzo, cada habitante de Chiloé vea la presencia de los ancestros, haga suyo cada ícono, empapándose y abrigándose con él. Los incorpore a nuevos textiles, cestos, tallados, o en cualquier manifestación artística o literaria y por sobre todo, que esta comunidad vuelva a darles sentido propio y renovado, y por sobre todo, que nos unan como solía ser la comunidad en otro tiempo. El testimonio, queda ahí, en las altas bóvedas, en el colorido de los bordados, en la memoria de un pueblo.

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